Ley de Milongas democráticas, inclusivas y solidarias

Juan Manuel Guerrera
14 min readSep 5, 2022

Mi nombre es Luis Controllatore, aunque la mayoría de las personas me conocen como El Tano. Tengo 48 años. Soy un apasionado de la política, la historia y la sociología. Amo por sobre todas las cosas a nuestro hermoso país, la República Unitaria de Mosquera, cuna incuestionable del tango. Sufro sobremanera con el estado de situación en que nos encontramos, presos de una decadencia interminable, sin dudas atribuible a unos pocos que durante décadas se han aprovechado de las grandes mayorías. Tengo pocas certezas en mi vida, pero una de ellas es que nuestro drama solo tiene solución si esas mayorías logran una intervención más firme a través del noble dispositivo que es el Estado. Como trabajador estatal desde hace treinta años, cada día me levanto con esa firme convicción en mi cabeza y en mi corazón.

Con ese fuerte deseo de contribuir a un futuro mejor he concebido este Proyecto de Ley, cuyos artículos aspiran a llevar estos ideales de una sociedad más justa e igualitaria al mundo del tango, la danza nacional y popular por excelencia. Y qué entorno más adecuado para hacerlo que el deslumbrante episodio social de las milongas, esto es, el evento donde los amantes del tango se juntan a bailarlo.

Debo admitir que mis conocimientos sobre el tango fueron siempre limitados. Primero, nulos, ya que el tango estaba fuera de mi radar cultural. Y más tarde, alcanzada la madurez intelectual, resultaron ser muy teóricos, más producto de mis lecturas que de mi experiencia material. Cada día que pasa, este hecho me avergüenza un poco más. Yo, un enamorado de mi país, un ferviente creyente de lo nuestro, me descubro siendo un extranjero más con respecto a nuestra expresión artística más lograda. Me queda el tonto consuelo, al menos, de comparitr esta triste realidad con la mayoría de mis compatriotas. Las razones para este verdadero autogenocidio cultural son difíciles de aceptar, pero no de comprender. Las potencias hegemónicas del planeta han sabido, también, colonizarnos en el plano cultural.

A un nivel inconsciente, progresivo, siempre supe de esta carencia formativa. Fui construyendo este amargo diagnóstico con lentitud, en un lejano segundo plano. Mi ignorancia nunca llegó a representar un escollo. Tampoco una humillación, como la que dicen sentir los mosquerianos que viajan al exterior y no saben qué decir cuando los extranjeros les preguntan llenos de ilusión si saben bailar tango. Por suerte, nunca he tenido que enfrentar esta aterradora situación. Por desgracia, no he tenido la fortuna de viajar al exterior, más allá de haberlo hecho con pasión a través de los libros. Sin embargo, esta cómoda lejanía se vio perturbada en 2020, con la implacable llegada pandémica del Covid.

Pasados los primeros meses de la pandemia y observando la experiencia de los países asiáticos y europeos, no fue difícil comprender que sería necesario diseñar y aprobar protocolos para cada una de las actividades de nuestras vidas. El tango no era la prioridad, pero sin dudas no sería la excepción. Cada actividad iba a tener que esperar su turno en función de su importancia contextual, definida por supuesto desde la esfera del Estado. Esto era lo más lógico del mundo.

Por eso dolió que una parte de la comunidad tanguera, compañeros al fin y al cabo, decidieran de un modo por demás egoísta no esperar su turno. Mucho antes de que la pandemia lo permitiera, estos verdaderos irresponsables osaron juntarse a bailar en los parques, al margen de la ley. Sin permisos, sin protocolos y sin culpas, poniendo en peligro al resto de la sociedad. Es difícil de creer, pero así es cómo sucedió.

Esta flagrante violación de la ley y del sentido común generó reacciones previsibles. Por un lado, la desesperada exigencia de cuidado por parte de un pueblo aterrorizado. Por otro, una mayor celeridad en la creación de un protocolo específico para las milongas que permitiera encuadrar a estos verdaderos criminales, pero también dar una salida al resto de las milongas que, con paciencia y responsabilidad, esperaban a que su turno llegara. Podían hacerlo, claro está, gracias al apoyo económico que les brindaba el Estado.

Así fue cómo la tarea de elaborar un protocolo se volvió imperiosa. El artefacto elegido para dar una solución a esta necesidad social fue la Comisión Interdisciplinaria y Participativa Responsable del Diseño del Protocolo Covid-19 para la Organización de Milongas. Un poco por azar y un poco por desenvolvimiento natural de los acontecimientos, mi persona fue decantando como el responsable de facto en la creación del contenido del protocolo. De ningún modo era mi intención que así fuera, pero ante los desafíos críticos que se iban presentando no tenía otra alternativa que hacerme cargo. De hecho, como ya he admitido con pesar, mis conocimientos de tango eran muy limitados. Sin embargo, tenía la responsabilidad moral y ética de poner mis herramientas académicas, por muy teóricas que fueran, al servicio de las urgencias de la hora. Ocurría además que el conocimiento — y el compromiso, debo decirlo — del resto de los miembros de la Comisión no sobraba. El único que realmente sabía del tema era Federico Derrodillas, el representante de las milongas en la Comisión. Sin embargo, no era difícil advertir que, dado su rol, no podía asumir la representación del Estado. Alguien más tenía que hacerlo y yo no estaba dispuesto a esconderme. Así, de ese modo no exento de dificultades, fue como logró concebirse un protocolo que considero histórico. Por suerte, gracias a las nuevas tecnologías, cualquiera puede encontrar el resultado de ese titánico trabajo buscando en Internet.

Esta experiencia traumática pero hermosa me llevó a profundizar a velocidades boltianas en el mundo real del tango. Por primera vez, tuve que comprender de verdad qué era una milonga. En tiempo récord, debí hacer carne cuáles eran, dónde estaban, cómo funcionaban, quiénes iban. La cantidad de nueva información era monumental. Iba desde lo burocrático y administrativo, hasta las más mínimas sutilezas y códigos sociales, pasando por el baile, la estructura del evento, las instalaciones, etc.

Sin dudas, la relación más enriquecedora dentro de la Comisión fue la que pude establecer con Derrodillas. Gracias a su conocimiento y generosidad, aprendí muchísimo sobre el tango y las milongas. No solo me informó sobre los pormenores históricos y sociológicos, sino que también me proveyó material audiovisual y, haciendo uso de ese soporte, me explicó con infinita paciencia la dinámica de este verdadero patrimonio cultural viviente. Siempre le estaré agradecido por eso.

Hoy en día, me es casi imposible poner en palabras la avalancha de emociones que me despierta el tango. Podría decir que siempre lo había sentido, aunque fuera de manera remota e intuitiva. Pero luego de profundizar en la materia, esa semilla se expandió en mil ramas y explotó en un millón de flores. Me resulta una expresión artística sencillamente espectacular. Una experiencia sensorial y emotiva arrolladora. Un universo que con su potencia y sensibilidad me emociona hasta las lágrimas.

Como suele ocurrir cuando uno se enamora, semejantes sentimientos me llevaron a un espejismo, a una ingenua idealización inicial. Sí, se despertó en mí una pasión ciega que me condujo a un inesperado metejón adolescente. Pero también al inevitable desencanto posterior, cuando uno descubre que la realidad no está pintada de rosa.

Así fue como descubrí que algunas esquinas del fascinante mundo del tango no son tan felices. No al menos para mí. A medida que me empapaba sobre el tema, una sutil incomodidad crecía en mi interior. Sentía cada vez más que una parte de aquel mundo negro, nostálgico y adictivo no estaba bien. Al comienzo era tan solo una sospecha, un lejano pálpito. Por suerte, a esa altura de mi vida, había aprendido a escuchar esas corazonadas. Había aprendido que, por lo general, detrás de ellas se esconde la verdad. Así que me mantuve abierto a ese nuevo mundo que se desplegaba ante mí, con la firme intención de aceptarlo todo, de comprenderlo todo, de tolerarlo todo, pero nunca al impagable precio de traicionarme. Por eso me fue imposible desactivar mi destacada capacidad de análisis. Créanme cuando les digo que no tenía ninguna intención de cuestionar esos usos y costumbres que tenían casi un siglo de vida. La sola idea de entrar en conflicto con el mundo del tango, una tierra que consideraba sagrada, me generaba una enorme angustia. Muy por el contrario, lo único que yo deseaba era comprender. Y creo poder decir con alegría, y con cierto orgullo, que pude hacerlo. Al fin y al cabo, de eso se trata este Proyecto.

Son tantas las aristas del tema que no me resulta fácil comenzar a abordarlo. Si tuviera que resumir los aspectos desagradables de las milongas en pocas palabras, diría que me espanta el liberalismo salvaje que allí reina. Es la mismísima ley de la selva. Esa que tanto despreciamos y combatimos nosotros, los sensibles sociales.

Si una imagen puede resumir esa apreciación, es aquella que muestra a las personas que se quedan sin bailar toda la noche. Personas frágiles, sensibles, que destinaron tiempo, recursos e ilusiones para estar allí y bailar aunque sea unas pocas tandas (nota: una tanda es un conjunto de tres o cuatro tangos). Sin embargo, las vemos sentadas a un costado de la pista la noche entera, ignoradas, olvidadas, excluidas. Aunque no les veamos las lágrimas, es claro que están llorando por dentro. Esto no me lo han contado, no es producto de mi imaginación, sino que lo he visto con mis propios ojos en los videos que me ha mostrado Derrodillas.

Las razones que explican tan agria situación son varias. El desbalance en la cantidad de bailarines de cada uno de los roles. La diferencia en los niveles de baile. Las apariencias físicas incompatibles con los estándares arbitrarios de esta sociedad de consumo — cómo duele, carajo — en la que nos sumerge el capitalismo inhumano que gobierna nuestras sociedades.

Al mismo tiempo, en el mismo lugar, encontramos personas situadas en la cúspide de la pirámide milonguera, ejerciendo sin límites su talento, su belleza o su poder económico. O todo junto.

Personas que acceden y promueven el exclusivo lujo de bailar con los mejores, incluso más de una vez, solo porque bailan mejor. Privilegio de raíces injustas, como ocurre siempre. Un nacimiento en cuna de tango, con familia o círculo cercano que proveyó una enseñanza temprana. Una posición económica lo suficientemente acomodada como para tomar clases. Una situación familiar y/o social libre de conflictos que permitió dar continuidad al crecimiento del baile, sin interrupciones o interferencias de fuerza mayor.

Personas portadoras de una belleza arbitraria, cualidad que habilita una mayor tolerancia por parte del prójimo, ya sea para aprender, para bailar o para socializar. Nos guste o no nos guste, las personas bellas tienen una mayor aceptación y, por lo tanto, unas mayores oportunidades. Y nos guste o no, esa es una injusticia que debe ser contrarrestada.

Personas que, más allá de su nivel de baile o belleza, tienen un poder económico que vuelca las posibilidades a su favor. Hablamos de disponer de tiempo y dinero para asistir a muchas de las mejores clases, participar de los mejores eventos (con los mejores bailarines), de acceder a las mejores ropas y zapatos, de forzar con la engañosa generosidad del dinero círculos sociales más favorables para el desarrollo del baile. Lo diré sin pelos en la lengua: la posibilidad de comprar voluntades.

¿Son justas estas exclusividades? ¿Es esta realidad democrática, inclusiva, solidaria? Pues claro que no. Por esa razón es que la sociedad, a través de sus instituciones de acción colectiva, tiene la obligación moral de intervenir. Para nivelar posibilidades y conducir el comportamiento social milonguero en una dirección más humana. Por suerte, a esta altura de la civilización, contamos con las herramientas necesarias para atenuar esos excesos del comportamiento humano librado a sus instintos. Estoy hablando del Estado y sus leyes. En este caso, mi propuesta es hacerlo a través de una ley, en cuyo proyecto he estado trabajando durante los últimos meses.

A continuación, iré desgranando sus aspectos principales incluyendo el contexto que les da fundamento. Procuraré hacerlo viajando desde las panorámicas vistas de lo general a la necesaria granularidad de lo particular. Como estas líneas no tienen más objetivo que el de ser una atractiva introducción, iré intercalando los artículos más destacados a medida que nos adentremos en el Proyecto. Quedará así planteado un esquema de problema-solución a medida que avancemos.

Sin lugar a dudas, una de las raíces más desestabilizadoras de las milongas es la diferencia en la cantidad de bailarines de cada rol. Por lo general, se encuentran más personas del rol femenino que del masculino, aunque algunas veces (por ejemplo, cuando el evento es gratis o a la gorra) ocurre lo contrario, con las mismas indeseables consecuencias. El desequilibrio entre los roles conduce, de una forma u otra, a que muchas personas se queden sin bailar o bailen muy poco. Créanme que se le rompe a uno el corazón cuando ve a una persona sentada, mirando y sin bailar, tanda tras tanda. Una persona que tal vez esperó e imaginó durante días ese momento, que se puso linda para la ocasión, que tuvo que pagar un taxi ida y vuelta, que pagó su entrada, pero que al momento de la verdad no puede bailar, simplemente porque hay demasiada competencia dentro de su rol.

  • La cantidad de bailarines por rol será regulada, de modo tal que en la milonga haya una misma cantidad de bailarines para cada rol. La implementación de la medida quedará a cargo de cada milonga, ya sea mediante reservas previas, controles en la entrada u otros medios. En todo caso, será necesario que los bailarines firmen una declaración jurada con sus datos básicos y el rol que esperan desempeñar en la milonga.

Garantizado el equilibrio dentro de la milonga, ya hemos realizado un gran avance. Sin embargo, los problemas están todavía lejos de desaparecer. Podemos decir que esa paridad es una condición necesaria pero no suficiente. Aun equilibrando la cantidad de bailarines por rol, es muy posible que haya personas que todavía no puedan bailar. Por lo tanto, es necesario ir un paso más allá.

  • La persona que ingresa a la milonga tendrá garantizadas por lo menos tres tandas de baile y las bailará con la persona que elija. Cada milonga tendrá la libertad de fijar su propio número de milongas garantizadas, siempre que se respete ese mínimo. Para implementar esta regulación, la milonga entregará a cada asistente tres vales. La persona tendrá derecho a utilizar estos vales para solicitar sus tandas. Para hacerlo, simplemente se levantará, se dirigirá a la persona con quien desea bailar y le entregará el vale. Este procedimiento compromete al solicitado a acceder. La tanda deberá ser bailada de manera completa. De negarse a hacerlo, el solicitado será obligado a retirarse de la milonga.
  • Los vales no serán reutilizables. La implementación de este requerimiento quedará a cargo de cada milonga. Como recurso de referencia, se sugiere que el vale sea roto al ser entregado.

Como puede observarse, la intervención de la sociedad en la jungla de las milongas va configurando un escenario mucho más amistoso, donde todos tienen la posibilidad de bailar, más allá de los privilegios de origen que ostentan. Y lo bueno es que los más privilegiados también bailan. Es más, bailan más que antes, ya que con seguridad serán los más demandados por el público. ¡Qué lindo es ayudar a mejorar el mundo del tango y, a través del mismo, al mundo entero!

El próximo paso lógico consiste en adelantarse al hecho de que habrá personas que se negarán a bailar a cambio de los vales. Es una verdadera lástima que tengamos que llegar a ese punto. Lamentablemente, hay personas que se resisten a entender el concepto de fraternidad. Egoístas, elitistas y clasistas que solo desean el beneficio propio, representado en este caso por el placer hedonista de bailar tan solo con otros privilegiados y no con aquellos que más lo necesitan. ¿Cómo progresarán los principiantes si los más avanzados no los ayudan a aprender, a practicar, a experimentar la posibilidad de un baile mejor? Como también ocurre a nivel social, la historia demuestra que es imposible lograr que estos personajes entren en razón por las buenas.

Por suerte, la sociedad ha sabido concentrar el poder suficiente para alinear a los díscolos. La respuesta al desafío es muy sencilla: la persona que no acepte los vales será expulsada de la milonga. ¿Y cómo se resolverá ese conflicto a un nivel más detallado? ¿Que deberá hacer el solicitante cuando se enfrente al rechazo del solicitado?

La clave consiste en resignificar la infraestructura y los roles que creamos como parte del Protocolo COVID-19 para la Organización de Milongas. Para quienes no lo recuerden, en la Comisión habíamos concebido la innovadora figura del Árbitro de distancias, quien tenía a su cargo controlar no solo la distancia entre las personas sino también el resto del Protocolo. Para evitar abusos de poder, la milonga era filmada y el amonestado podía pedir una revisión del material fílmico (VAR). Para ello, habíamos dado nacimiento al rol de Asistente de videos. Por último, el caso podía ser revisado a posteriori por otro rol colegiado que también habíamos creado, el Tribunal tanguístico de disciplina. Es relevante mencionar que estos roles eran financiados por el Estado y no representaban ningún costo adicional para la milonga.

La solución, entonces, es hacer evolucionar estos roles. El Árbitro de distancias pasa a ser el Árbitro. El Asistente de videos conserva su nombre. Y el Tribunal de disciplina, también. Además, como consecuencia lógica, se da continuidad a la filmación de la milonga.

  • Ante el rechazo del vale, la persona damnificada acudirá al Árbitro para solicitarle la impartición de justicia. Respetados los procedimientos establecidos, el Árbitro posee la potestad de exigir al infractor el abandono de la milonga. De resistirse, se convocará a la autoridad policial.

El Proyecto rejuvenece estos roles en crisis, luego de que las brillantes políticas gubernamentales obligaran al Covid a retroceder. Los actualiza, los energiza y los empodera. Tienen ahora la fundamental tarea de contribuir desde sus lugares en la comunidad tanguera a una sociedad más equitativa.

Hay un dato accesorio, pero no por eso menor, que debe señalarse. Gracias a este Proyecto, no solo se hace un aporte a la mejora del mundo, sino que las fuentes laborales de quienes ejercían los roles en crisis quedan ahora garantizadas luego de correr un grave peligro. Lo mismo cuenta para los proveedores de material fílmico y mantenimiento. Más que trabajadores, verdaderos héroes anónimos que, en tiempos de emergencia, se la jugaron en asumir una gran responsabilidad. Hablamos de cientos de familias en riesgo de perder su sustento si volviéramos a la milonga tal como la conocíamos.

  • Todos los puestos laborales creados por el Estado en ocasión de la pandemia de COVID-19 serán garantizados, mediante la reconversión funcional y nominal de los mismos acorde a los objetivos de la presente Ley.

Nunca la humanidad resolverá la totalidad de sus problemas. Este caso no escapa a esa triste regla que, sin embargo, constituye el motor del progreso. Algunos conocidos liberales — no podría llamarlos amigos — sugieren que el sistema propuesto por este Proyecto fracasará. Recurren a los mismos argumentos individualistas de siempre. Prefieren la resignación cínica a la utopía. Señalan que “de cumplirse los castigos que prevé la Ley, los mejores bailarines simplemente dejarán de ir a las milongas. Aunque por supuesto no dejarán de bailar. Lo que harán es organizar sus propias milongas clandestinas, entre ellos, como lo hacían en tiempos de Covid. Lo harán en una casa, en un salón propio, en cualquier lugar donde el poder de esta Ley no llegue. Y el resto de los bailarines, además, aspirará a acceder a esos lugares, para poder bailar con ellos.”

Pues bien, déjenme adelantarles que eso no sucederá. Los iremos a buscar a sus reductos narcisistas, como hace un año fuimos a buscar a los irresponsables que bailaban en los parques sobre los cadáveres que se había cobrado el Covid. Iremos con la política, con las leyes y con las autoridades policiales. Y cuando los encontremos, les aplicaremos el máximo rigor de los códigos.

  • La organización de milongas clandestinas como medio de evasión de la presente Ley será considerada como un factor agravante de un delito ya existente, el de la organización de eventos sin habilitación correspondiente.

A muchos compañeros les digo: no debe temblarnos la mano a la hora de defender este Proyecto. Puede parecer duro, pero mucho antes que eso es justo. Tiene objetivos dignos, mayoritarios, populares: un acceso más ecuánime al conocimiento del tango, la expansión de esta expresión artística tan auténticamente nuestra y la posibilidad de explorar esta rama del arte sin ser marginado por ser principiante. En pocas palabras, es un Proyecto que busca la felicidad del pueblo. Es por eso que no estoy dispuesto a ceder a las tórtolas objeciones de los moderados y les pido que me acompañen en mi intransigencia. No tengo por qué pedir permiso — ni mucho menos perdón — para poner mi ardiente sangre italo-argentina al servicio de los demás. Ya sabemos, de hecho, que a los tibios los vomita Dios.

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Juan Manuel Guerrera

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