Los Gatitos abren las fronteras

Juan Manuel Guerrera
11 min readAug 16, 2021

Promedia el mes de Julio del año 2021 en la caótica República Unitaria de Mosquera. La segunda ola de coronavirus no termina de ceder. El imperdonable Gobierno mosqueriano, entre tantas otras tropelías, ha decretado que miles de conciudadanos situados en otras partes del mundo no puedan regresar al país. El argumento es el de siempre: evitar la propagación del virus. Los resultados también: el virus se propaga igual.

Por supuesto, los funcionarios públicos se han autoexcluido de esa limitación.

Para ser más preciso, el cierre de fronteras está concentrado en los vuelos. En las extensas fronteras terrestres del país todo es, como siempre, un descontrol. Allí, cada día, miles de personas (y mercancías de todo tipo), nacionales o extranjeras, pueden entrar y salir, por derecha o por izquierda. Pero si uno está demasiado lejos y necesita tomar un vuelo, debe esperar su turno en la fila del cupo diario de pasajeros permitidos.

Cupo, cepo, racionamiento, regulación, excepciones. Palabras amadas por el Gobierno mosqueriano.

Si el lector ha llegado hasta aquí, debe tener la certeza de que este escrito no está dirigido al Gobierno mosqueriano, sino a su sombra, a su reverso, a su alimento invisible.

Por lejos, el fútbol es el deporte favorito de los mosquerianos. Una verdadera pasión, como en el resto del mundo. Pero además, Mosquera es una potencia futbolística.

Días atrás, el seleccionado nacional de fútbol masculino ha ganado la Copa Continental. Como siempre, millones de mosquerianos han seguido los partidos con enorme entrega. Entre ellos están los mosquerianos varados, tanto los visibles que no pueden volver al país como los invisibles que no pueden irse por temor a no poder regresar. En ocasiones pasadas, muchos de ellos acompañaron al equipo, contra toda lógica, en diferentes rincones del planeta.

Por “razones de excepción”, los futbolistas mosquerianos sí pueden salir y entrar del país sin inconvenientes. Son privilegiados.

Es un hecho indisimulable que en Mosquera hay ciudadanos de primera y de segunda.

Dentro de los ciudadanos de primera, se destacan los funcionarios que dictan las normas. También son parte de esta categoría los personajes a quienes esos funcionarios temen. Por ejemplo, los futbolistas más populares. Y da toda la impresión de que estos jugadores están muy cómodos perteneciendo a este nivel de ciudadanía adonde las regulaciones no llegan. Tan solo deben callarse la boca. Por suerte para ellos, esto no genera sorpresa. Hasta el día de hoy, nadie se ha quejado ni les ha demandado otro tipo de comportamiento. Quizás se deba a que nadie espera demasiado de alguien que puede jugar a favor de un equipo, o en contra del mismo, dependiendo de cuántos millones de dólares haya sobre la mesa.

Ya terminada la Copa Continental de fútbol, se disputa durante estos días nada menos que los Juegos Olímpicos de Tokio. Un evento retrasado durante un año debido a las medidas restrictivas tomadas con la intención de contener la pandemia.

En Mosquera, las restricciones han sido particularmente severas, tanto para la población general como para los deportistas. Transitar el espacio público o juntarse con otros fue convertido en un delito. Los lugares de entrenamiento fueron cerrados o restringidos. Ir a correr fue prohibido y estigmatizado. Salir a remar, absolutamente solo en el medio del río inmenso, fue motivo de intervención policial. Tenistas tuvieron que entrenar con un colchón, judocas con una mesa, nadadores en piscinas de tres metros de largo.

En parte debido a esas limitaciones de entrenamiento, los resultados mosquerianos en los Juegos son, hasta el momento, muy modestos. Entre los poquísimos seleccionados nacionales que han logrado obtener una medalla podemos mencionar a los de hockey femenino y rugby masculino.

A medida que finalizan su participación en los Juegos, los deportistas mosquerianos descubren que han quedado varados en Japón, producto de las restricciones gubernamentales. Estas alcanzan a todos los deportistas, incluyendo a los medallistas. La situación ha llegado rápidamente a los medios locales.

Indispuesto a crearse un conflicto con los medallistas olímpicos, el Gobierno mosqueriano reacciona. Como en el caso de los futbolistas, habilita excepciones para que puedan regresar. De ese modo, los atletas olímpicos ascienden a la categoría de ciudadanos de primera. Los aguerridos deportistas, miembros de equipos con apodos feroces, aceptan este privilegio con aparente beneplácito. Regresan a casa y se callan la boca. Tal vez haya alguno, inclusive, que haya agradecido a los funcionarios por los favores concedidos.

En Mosquera y en cualquier lugar del mundo, este accionar tiene un único nombre: acomodo explícito.

Con cierta decepción, hay que admitir que uno esperaba algo más de los atletas olímpicos, en particular de los seleccionados de hockey y de rugby. Equipos teñidos de una mística especial por su merecida fama de luchadores, construida a partir de una enorme capacidad de trabajo con una marcada limitación de recursos. Una especie de superhéroes mosquerianos, modelos de superación admirables e inspiradores. Tal vez sea por eso que la complicidad silenciosa en el usufructo de un privilegio duela tanto, como también dolería ver a Batman mendigando una migaja ante los oscuros funcionarios de Ciudad Gótica.

Lo expuesto hasta aquí sería una enorme vergüenza para Mosquera, para su deporte y para sus ciudadanos, si no fuera porque existen los Gatitos, el flamante equipo nacional mixto de clusball. La edad promedio del equipo es de dieciocho años.

El clusball es un deporte casi desconocido en Mosquera. Junto a otros como el rugby o el skate, ha sido admitido por primera vez en los Juegos Olímpicos.

Los Gatitos dan el salto a la fama al ganar una medalla olímpica de oro. Lo hacen el último día, al filo del cierre de los Juegos, cuando ya todos pensaban que la colecta medallística estaba cerrada. De un día para otro, pasan del desconocimiento más absoluto a la tapa de los diarios. Es ese día cuando los medios los bautizan como los “Gatitos”, en parte debido a su juventud, con una inmediata aceptación por parte del público.

Luego de la emocionante ceremonia donde reciben las medallas, los Gatitos brindan una conferencia de prensa. Antes de aceptar preguntas, la capitana del equipo lee un breve comunicado:

“Nuestra misión en Tokio ha terminado. Como tantos otros miles de mosquerianos, estamos fuera de casa y necesitamos volver. En nuestro caso, alguien decidió otorgarnos el raro privilegio de poder hacerlo antes que los demás, solo porque somos deportistas olímpicos. Pero, ¿acaso un ciudadano es más importante que otro debido a su profesión? ¿Por qué deberíamos tener la posibilidad de volver antes que otros compatriotas? No queremos ese privilegio. Por lo tanto, nos consideraremos tan varados como los demás y no regresaremos a casa hasta que el último de los mosquerianos también pueda hacerlo.”

“Es desde esa condición de varados lisos y llanos que le demandamos al Gobierno mosqueriano, con la mayor humildad pero con la mayor firmeza, que nos permita volver a casa cuanto antes.”

El impacto en los periodistas es demoledor, como también lo fue la actuación del equipo durante la final olímpica. Los periodistas esperaban una conferencia de prensa jovial, divertida, acorde con el final feliz y la juventud de los flamantes medallistas. De ningún modo esperaban semejante declaración de principios.

La conferencia de prensa natural se transforma por completo. Nadie pregunta por la competencia, ni por las medallas, ni por las carreras deportivas. El eje temático se corre hacia las causas y consecuencias del comunicado de los medallistas. Los periodistas preguntan sobre las motivaciones de la decisión. La capitana contesta con solidez y calma, como si todo fuera demasiado evidente:

“No existe ninguna motivación político-partidaria detrás de esta decisión. Es tan solo el más elemental sentido común. ¿Por qué nosotros deberíamos tener prioridad? ¿Acaso somos mejores que otros mosquerianos? ¿Cuál es el criterio? ¿Nuestra profesión, la “fama”, el “éxito”? ¿Quién se cree con el derecho de determinar esa división ciudadana?”

“Me recuerda al año pasado, cuando la gente no quería dejar entrar a sus propios vecinos a sus departamentos. En particular, recuerdo el caso de los médicos y los enfermeros. Ahora es peor, claro, porque ya ha pasado más de un año. La mayoría de los varados están vacunados. De hecho, por razones de público conocimiento, muchos han viajado al exterior justamente para vacunarse.”

“Lo dicho hasta ahora es un argumento en sí mismo. Pero es importante señalar un agravante. Parte de la financiación de los deportistas olímpicos viene de los ciudadanos que pagan sus impuestos. No del Gobierno, no del Estado. Muchos de esos ciudadanos son forzados a financiarnos con su propio trabajo — y aquí hago una nueva observación: ¿es su trabajo menos importante que el nuestro? — , pero hoy están varados, padeciendo serios problemas por no poder volver a casa. No podemos mirar hacia otro lado.”

Las preguntas de los periodistas evolucionan con naturalidad hacia cómo se tomó la decisión:

“No fue fácil. No hubo un consenso inmediato. Algunos solo querían volver a casa y evitar toda clase de conflicto. No creían que fuera nuestro problema. Y aunque lo fuera, no creían que tuviéramos la fuerza para poder cambiar las cosas. No éramos el equipo de fútbol, ni el de hockey, ni el de rugby. Y ellos, con mucha más fuerza que nosotros, no habían hecho nada, a pesar de estar en la misma situación que nosotros. ¿Por qué nosotros teníamos que hacernos cargo? Admito que el argumento era muy bueno.

“Otros pensábamos distinto. Creíamos que sí era nuestro problema. Solo hacía falta un poco de empatía para ponerse en el lugar de aquellos que, como nosotros mismos hace unos días, no podían volver a casa para reencontrarse con su familia, retomar su proyectos personales o atender sus rutinas médicas. Mientras tanto, esas personas debían ver por televisión cómo, de manera totalmente arbitraria, se digitaba desde una oficina pública cómo algunos mosquerianos — nosotros — sí podían volver, solo porque eran deportistas. Para no ir más lejos, ahora mismo existen árbitros mosquerianos que participaron en los Juegos y que, por no estar dentro de la categoría de atletas olímpicos, no pueden volver. Están varados. Lo mismo ocurre con algunos deportistas juveniles en Europa, no pueden volver, están varados.”

“Discutimos el tema durante horas, ayer y hoy. Las diferencias parecían insalvables. Para resolverlas, como capitana del equipo, decidí que yo me quedaría en representación de todo el equipo. Y si no lo deseaban de esa forma, me quedaría a título personal, así los demás podrían tener la libertad de volver a casa. A pesar de los desacuerdos parciales, el resto del equipo juzgó inadmisible volver a casa y dejarme sola. Así que los demás decidieron que también se quedarían. Solo me exigieron que fuera yo quien hable ante ustedes [risas]. Ese gesto me llena de orgullo y gratitud [la capitana se quiebra por un instante].”

Agotado el tema de cómo se gestó la decisión, la atención de la prensa se mueve hacia los próximos pasos:

“Esperamos que este varamiento se destrabe lo antes posible. Hasta que eso no ocurra, daremos una conferencia de prensa diaria a esta hora para compartir el estado de situación.”

“Es importante remarcar que solo podremos estar dos días más en este complejo olímpico. Luego, tendremos que encontrar otra solución, como el resto de los mosquerianos varados. Es muy posible que eso nos demande una cantidad de dinero que no tenemos y que esa insolvencia complejise todavía más las cosas.”

“Todo el mundo debe saber que iremos con esto hasta el final. No aceptaremos privilegios de ningún tipo, ni administrativos ni dinerarios, ni públicos ni privados. Por lo tanto, lo más deseable y conveniente sería que esta situación se resuelva cuanto antes para todos por igual.”

Con esas palabras, la capitana del equipo da por finalizada la conferencia de prensa.

En Mosquera, el impacto mediático es estremecedor. La conferencia de prensa se vuelve viral en un par de horas. La televisión se sube a la ola, repitiendo la escena hasta el hartazgo y dedicando horas de análisis desde las más variadas ópticas. Los diarios llevan el tema a la tapa, inclusive como noticia principal (no deja de ser una noticia de fuerte impacto político).

Los mosquerianos están conmovidos. A su cultural carácter pasional y emotivo, se agrega la fragilidad anímica de llevar años con crisis de todo tipo sobre sus espaldas, subproductos episódicos de una decadencia a esta altura estructural. Por si fuera poco, la pandemia y sus consecuencias han sido un golpe que los ha dejado al borde de la rendición. Se ha vuelto muy difícil creer en el futuro. El accionar de los Gatitos es, literalmente, una llama de luz en medio de la oscuridad más inabarcable.

El conflicto no se resuelve de inmediato. En las conferencias de prensa previstas, los Gatitos repasan con tranquilidad y hasta con humor la falta de avances. El tercer día la tensión es mayor, ya que son desalojados del complejo olímpico y deben mudarse a las instalaciones de un club polideportivo japonés. Duermen en la cancha de básquet, como refugiados. Las imágenes prenden fuego las redes, la televisión y los diarios impresos.

Las posiciones dentro del Gobierno mosqueriano están divididas. Algunos creen que ceder a esta altura es una indisimulable muestra de debilidad. Otros creen que el conflicto con los medallistas olímpicos es insostenible y que cada día que pasa desgasta más al Gobierno, por lo que el mejor curso de acción sería desactivar la disputa de inmediato, antes de que escale y se vuelva inmanejable.

Mientras el Gobierno mosqueriano se desangra en indefiniciones, la prensa lo asedia sin descanso. Los funcionarios se limitan a repetir el libreto oficial: los atletas olímpicos pueden regresar cuando lo deseen. Los medios instalan contadores de horas o días que señalan el tiempo que llevan varados los medallistas olímpicos.

La prensa se vuelca también a conocer la postura del resto de los deportistas mosquerianos. Los equipos de hockey y rugby no tienen más remedio que solidarizarse con los Gatitos y esbozar una sutil autocrítica. Es difícil saber si lo hacen por convicción o porque se trata de felinos encerrados y sin alternativas. Varias horas más tarde, los futbolistas mosquerianos hacen lo propio, siempre a título personal y con palabras de marcado tono neutro.

Con el correr de los días, los Gatitos con problemas personales comienzan a hablar con los medios fuera de las conferencias de prensa. Varios están sin dinero, viviendo de préstamos; otros padecen ataques de pánico, no solo por no poder volver a casa, sino también por la tensión del conflicto y la exposición en los medios; otro tiene a su madre internada; otro necesita continuar con el tratamiento de una lesión; etc. Las imágenes de los jóvenes medallistas, en varios casos llorando por estas cuestiones, son desoladoras.

No es difícil imaginar la creciente furia de los mosquerianos de a pie. Las redes arden durante las veinticuatro horas del día. Los Gatitos son tendencia indiscutible. Un día, sus familiares se juntan en la Plaza Principal para manifestar su reclamo. Al día siguiente, se suman toda clase de deportistas anónimos y familiares de otros varados. Al día siguiente, se suman algunos deportistas famosos. Al día siguiente son miles de personas.

El Gobierno mosqueriano internaliza que la estrategia intransigente es un callejón sin salida. Antes de cumplirse una semana desde la conferencia de prensa inicial, no tiene más remedio que acceder a reabrir las fronteras. Todos los mosquerianos de segunda clase por fin pueden volver a casa.

Ante la buena nueva, los Gatitos brindan una última conferencia de prensa. Es muy breve: se limitan a agradecer el apoyo recibido. Todo lo demás ya ha sido dicho durante el debate público de los últimos días. Las cámaras los muestran sonrientes dejando la sala.

Cuando llegan a Mosquera, son recibidos como verdaderos héroes, tanto en el aeropuerto como durante todo el recorrido hasta el centro de la Ciudad Capital. Se los ve felices, pero sobre todo sorprendidos. A través de las ventanas del micro, saludan y sacan fotos a la multitud que los ovaciona desde las veredas.

Así, de ese modo tan simple, los Gatitos han hecho su contribución a abrir las fronteras aéreas, políticas y mentales de Mosquera.

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Juan Manuel Guerrera

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