Letra para el tango “El ingeniero”
Para Walter, Ariel y Diego.
Música recomendada para acompañar la letra
https://www.youtube.com/watch?v=mHA9G0Bhfy8
Música inicial
Y allá va el ingeniero
Por las calles del dolor
Camina solo
Llorando
Se va derrumbando
Es pura desolación
Tanto quiere
Olvidar
Que ha vivido sin quererlo para los demás
Que ha dejado sus pasiones demasiado atrás
Que ha olvidado entre sus cuentas animarse a más
Tanto quiere
Abandonar
Un destino que sabe a nada
El que eligió
Y no cambió
Y allá va el ingeniero
Hundido en la frustración
Su penar suena a nostalgia
Con dejos de bandoneón
Y allá va el ingeniero
Con su arte en un cajón
Ahora no juega, no apuesta
Sus miedos no enfrenta
Y gana su perdición
“Soy un cobarde”
Se dice tarde
Y vuelve a reflexionar:
“No es buena elección, la resignación
Renunciar a un sueño, es como morir
Sin resolución, no hay realización,
Sin un ideal, tan triste es vivir”
Y encuentra en lo que siente
Respuestas que su mente
Buscaba desde siempre
Con científica obsesión
Y allá va el ingeniero
Se le muere el corazón
Acompañan los violines
Su dramática canción
Y allá va el ingeniero
Se desangra en su razón
Pierde su tiempo, pensando
En vez de arriesgando
Y entierra su vocación
Tanto quiere
Regresar
A un pasado irremediable que ha quedado atrás
A un presente esperanzado que no volverá
A un futuro imaginado que ya no será
Tanto quiere
Escapar
De su vida equivocada
La que él mismo eligió
Y, sin valor, jamás cambió
— -
Escribí esta letra a partir de la interpretación de Carlos Di Sarli y su Orquesta Típica (segunda versión). Esta versión puede encontrarse, por ejemplo, en este link https://www.youtube.com/watch?v=mHA9G0Bhfy8
La partitura debería poder encontrarse en Internet. Por ejemplo, acá: Partitura del tango “El ingeniero”.
Quizás debido a que es la primera vez que escribo una letra y la publico, me gustaría explayarme un poco más sobre las motivaciones de esta letra. Debajo de la letra de El ingeniero, hay otra historia. Además, este texto es una secreta ampliación de mi biografía, por cuya brevedad suelo ser criticado.
Me gusta el tango. Siempre me gustó. Sobre todo la danza, tanto para mirarla como para (intentar) bailarla.
La danza del tango es hermosa en muchos sentidos. Pero el tango es más que eso. La danza se monta sobre una enorme plataforma artística que no solo involucra bailarines, coreógrafos, músicos, poetas, etc., sino que también se alimenta de nuestra historia y nuestra cultura. Por eso, una vez que uno comienza a bailar se ve dulcemente arrastrado a profundizar en muchas aristas que no están relacionadas en forma directa con la danza.
No sé mucho sobre música ni sobre tango. Sí sé que me gusta el estilo musical propuesto por Di Sarli y su orquesta. Me parece una música suave, melódica y sensible. En las milongas, siempre hay una tanda de Di Sarli. Y es muy común que el El ingeniero (instrumental) sea parte de ella. Durante mucho tiempo, lo escuché sin saber su nombre, como tampoco hoy sé el nombre de muchos otros tangos que también me gustan. Cuando un día por fin lo supe, me llamó mucho la atención que tuviera ese nombre. En parte porque soy ingeniero.
Me cuesta reconocer a los ingenieros como fuente de inspiración. Por supuesto, debe haber excepciones. Para no ir más lejos, el ideal de ingeniero — aquella persona que resuelve los problemas de la humanidad apelando a su ingenio — es sin dudas maravilloso. Eso no impedía que me preguntara por qué alguien le había puesto ese nombre a un tango. Y también me preguntaba si el tango tendría una letra que me ayudara a dilucidar la cuestión.
No pude encontrar ninguna letra. A la aparente novedad de que no tenía letra, se sucedieron con naturalidad nuevas preguntas: ¿por qué no la tenía? ¿había alguna razón, humana o técnica, para que no la tuviera? En distintas instancias, consulté a Walter Heumann, Gabriela Laddaga, José María Otero y Marcelo Castelo. Todos me aportaron la información que tenían y sus opiniones. Se los agradecí en ese momento y aprovecho este escrito para hacerlo de nuevo.
Gracias a un artículo titulado Alejandro Junnissi del blog Tangos al bardo de José María Otero pude saber más sobre este tango y su autor. Recomiendo leerlo. El autor, Alejandro Junnissi, nació en 1897 y murió en 1956. Fue un músico no muy conocido que, sin embargo, compuso al menos tres tangos muy famosos: El ingeniero, El recodo y El puntazo. En relación a la composición de El ingeniero, se destaca el dato de que Junnissi lo dedicó a “a todos los ingenieros egresados de las universidades argentinas”. ¡Rarísimo, pero gracias, Junnissi! Más allá de esta curiosidad, no pude encontrar más información sobre las motivaciones de la composición. En parte también por eso, me pareció una buena idea escribir estas líneas, para que no pase con la letra lo mismo que ya (al parecer) pasó con la música.
En resumen, no parecía haber impedimentos para que El ingeniero tuviera una letra. Con esa certeza imperfecta, me puse a trabajar en ella.
No sé si existe “la mejor manera” de componer una letra. Supongo que no. Lo que yo hice fue segmentar la canción en “partes musicales”. Para cada una de esas partes, busqué una letra que conectara — sin apelar a la fuerza bruta — con los tiempos de la música. También busqué que las diferentes partes tuvieran un hilo conductor. Y, por último, busqué evitar las repeticiones. Me decepciona demasiado cuando una letra abusa de la fuerza, la desconexión y/o de la repetición. En resumen, elegí — en verdad, no elegí nada, tan solo me aferré a — una estrategia bastante ingenieril, acorde con el tema y con mi formación. Existe la posibilidad de que Junnissi hubiera estado orgulloso.
En cuanto al contenido, desde el primer momento tuve claro sobre qué tema quería que la letra hable. Era una nueva oportunidad de abordar mi mayor — y tal vez mi único — miedo: vivir una vida equivocada; y peor todavía: darme cuenta de ello cuando ya sea demasiado tarde. Tengo la convicción de que la batalla para evitar este triste final se da todos los días. Y que un capítulo fundamental de ese conflicto aparece cuando nos obligamos a elegir entre un trabajo redituable — o más en general, “una vida normal” — y una vocación que no lo es. Digo “nos obligamos” porque no creo que esa disyuntiva sea verdadera. Trabajo y vocación no tienen por qué ser excluyentes; pueden ser lo mismo o complementarios. Más allá de estas reflexiones, lo concreto es que sentí que la figura del ingeniero permitía representar muy bien ese conflicto: una persona (matemáticamente) capaz, formada, con posibilidades laborales, racional, práctica, resolutiva, que al mismo tiempo, quizás arrastrado por esas cualidades en principio ventajosas, deja de lado sus vocaciones, sus pasiones y hasta sus sentimientos.
Ernesto Sabato — físico devenido escritor — comprende y desarrolla de manera obsesiva este conflicto a lo largo de su obra. Pero además lo generaliza: la humanidad, obsesionada con la idea de “progreso”, se deshumaniza cada vez más.
Mi hermana María Mercedes, admiradora de Sabato, también escribe. En directa relación con lo anterior, su literatura suele plantear el conflicto entre lo que somos y lo que los demás esperan de nosotros. Por ejemplo, dice un fragmento de su poema Viento:
“Cuando no te animes
a soltar la soga y agarrar el viento,
a derribar paredes y construir de nuevo,
no te olvides
que fuiste libre y podés volver a serlo,
desaprender y aprender de nuevo,
desafiar y aprender el credo,
quebrar la piedra y renacer entero.
No te olvides,
que hay un único riesgo:
es morirse extraño
por haber vivido ajeno.”
Fue mi hermana quien me compartió un potente fragmento de Antoine de Saint-Exupery también relacionado a este tema. Me gustaría compartirlo con ustedes para seguir adentrándonos en la esencia de la cuestión:
“Viejo burócrata, camarada aquí presente, nadie te ha permitido evadirte y de ello no eres responsable. Has construido tu paz a fuerza de bloquear con cemento, como lo hacen las termitas, todas las salidas hacia la luz. Has rodado como una bola en tu seguridad burguesa; en tus rutinas, en los mitos asfixiantes de tu vida provinciana, has alzado esa humilde muralla contra los vientos y las mareas y las estrellas. No quieres inquietarte con los graves problemas, bastante trabajo has tenido con olvidar tu condición de hombre. No eres el habitante de un planeta errante. No planteas preguntas sin respuesta, eres un pequeño burgués de Toulouse. Nadie te ha sacudido por los hombros cuando aún era tiempo. Ahora la arcilla con la cual estás hecho se ha secado y endurecido y nada en ti podría, en adelante, despertar al músico, o al poeta, o al astrónomo que quizá te habitaban al principio.”
Para escribir la letra de El ingeniero, no solo escuché la música de Di Sarli treintenas de veces, sino que también leí estos fragmentos otras tantas.
Teniendo la letra ya escrita, la compartí con María Mercedes Guerrera, Mariano Zubillaga, Ariel Altieri y Diego Benbassat. Todos me aportaron sus opiniones. Se los agradecí en ese momento y aprovecho este escrito para hacerlo de nuevo.
Tal vez muchos se pregunten, como lo hacen con el resto de los relatos, cuánto de mí hay en ese ingeniero desdichado; dicho de un modo más directo, si el ingeniero de la letra soy yo. La respuesta es: bastante. Ese pobre ingeniero no soy yo, pero es el que no quiero ser.
Esta historia es parte del libro “Libro del futuro”.
Podés descargarlo gratis de mi sitio web http://www.jmguerrera.com.ar