Breve modelo para aprender cualquier cosa, inclusive a vivir

Juan Manuel Guerrera
9 min readJul 15, 2021

“No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.”
Oscar Wilde.

El título suena pretencioso. Lo es. A través de este escrito, me propongo compartir con ustedes nada más ni nada menos que lo allí prometido. Para alcanzar semejante revelación, me he servido de los conceptos ingenieriles de modelización y generalización. Y debo admitir que he tenido que forzarlos hasta límites controversiales, por no decir prohibidos, con un único y noble objetivo: alcanzar una verdad.

Durante mucho tiempo, tomé clases de tango. Lo hice en diferentes etapas de mi vida (por lo general cortas), con diferentes parejas de baile y profesores. La única constante del proceso fueron mis limitaciones naturales. Mentales, sobre todo. De muy poco me sirvió repetirme una y otra vez que en el pasado había sido un futbolista de cierto talento.

Pero eso no era todo. Además del cuerpo entumecido, sentía en mi interior que otras aristas del proceso de aprendizaje tampoco andaban bien. No pude llegar a conclusiones categóricas, pero sí a identificar algunos síntomas visibles. A través de ellos, de esos pequeños miradores, logré asomarme hacia las profundidades del problema fundamental.

La primera observación fue que, durante mucho tiempo, el tango me había parecido un mundo misterioso e inabarcable. Sin contornos, ni reglas, ni agarres. Era una expresión artística etérea que estaba fuera de mi entendimiento y alcance. Me sentía como un balsero a la deriva en la enormidad del océano.

Debido a eso, sentía también que el proceso de aprendizaje se asemejaba demasiado a una lotería. Tomaba clases con profesores aleatorios que había encontrado más por casualidad que por elección. Ya en las clases, las propuestas de los profesores no eran más que chispazos espontáneos de un fuego oculto. Me resultaba inevitable concluir que las clases dependían de las meras ocurrencias del profesor, de lo ajustado de su agenda o de la fragilidad de su ánimo. No había una justificación, ni una línea que uniera una clase con las anteriores ni con las siguientes. Tampoco había contexto. Qué había, si es que había algo, era un enigma.

Para acentuar la desorientación, las clases eran grupales y los grupos variables. Cualquier posible avance realizado en una clase parecía desvanecerse al comenzar la siguiente, junto a la memoria de los alumnos y los profesores. Todo era un volver a comenzar. En resumen, me sentía encerrado en una enciclopedia donde, cada semana, las palabras se reordenaban al azar por completo.

Yo no culpaba a los profesores por ello. Ni antes, ni ahora. De hecho, en aquel momento ni siquiera era consciente de lo que pasaba. Ahora puedo comprender la complejidad del desafío y las limitaciones de los profesores, que tal vez no tenían una formación profesional. Alguna vez, yo también fui profesor (de computación) sin tener una.

Todavía perdido en la tierra del tango, sin mapas ni brújulas, tuve la suerte de (o la persistencia como para llegar a) descubrir una escuela de tango muy especial. Tenía fundadores y referentes. Tenía libros, sistemas y vocabulario. Tenía una filosofía, una idea y un plan concreto de trabajo compuesto por variadas clases temáticas. En resumen, tenía un marco bastante definido en el cual se desarrolaba el aprendizaje. Uno podía compartirlo o no, pero allí estaba con sus fundamentos.

La diferencia con el enfoque de los “profesores sueltos” era abismal. La escuela ofrecía un marco conceptual. Una visión. Gracias a ello, el tango dejaba de ser un universo críptico y se convertía en una disciplina (por supuesto, como anexo a ser una expresión artística) que podía ser abordada con cierta previsibilidad. Eso implicaba poder visualizar un camino a recorrer. Uno podía recorrerlo o no, pero al menos sabía adónde llevaba. No es lo mismo que a uno lo dejen parado en medio de Rusia sin ningún tipo de información que, en cambio, le hagan un resumen de qué es Rusia, le den un mapa y le den unas indicaciones generales sobre cómo llegar a Moscú.

Comprendí de inmediato que la escuela era el lugar que necesitaba. Me sumé y pasé allí un tiempo considerable. Durante el proceso, logré progresar de una manera mucho más clara y consistente.

Las experiencias de la vida tienen una inevitable naturaleza cíclica. Y está bien que así sea. Debido a ello, mi aprendizaje en la escuela también llegó a un punto de agotamiento. Me costó aceptar que ese ciclo había terminado y también me costó comprender cómo debía continuar. Para abordar ambas cuestiones, me retiré a los sótanos de la reflexión.

Me pregunté por qué ya no podía progresar en la escuela, quién era el responsable — el responsable siempre es uno — y si había alguna forma de reencauzar el proceso sin abandonarla. Repasé fortalezas y debilidades del camino que había recorrido hasta entonces. Y también cómo lo haría yo si tuviera que enseñar tango a otras personas.

Me detuve con particular atención en el marco de la escuela. Su mera existencia ya representaba una enorme ventaja. Sin embargo, llegué a la conclusión de que el marco (al menos para un caso como el mío) podía reforzarse al menos en dos aspectos. Primero, podía ser más explícito, sin necesidad de que uno tuviera que inferirlo a partir de la experiencia de aprendizaje. Segundo, podía ser explicitado mediante alguna clase de resumen, de modo que esa primera versión del marco pudiera ser comprendida con rapidez por el alumno.

Desde mi punto de vista, la solución consistía en el Modelo, mi gran promesa del comienzo. Se trataba de incorporar una breve interfaz adicional que se ubicara entre el alumno y el marco completo de la escuela. Como ya dije, el objetivo consistía en explicitar el marco de aprendizaje y hacerlo de una forma sencilla.

El Modelo era una herramienta útil en sí misma. Podía usarse como interfaz con el marco de esta escuela o de cualquier otra escuela. Pero además podía utilizarse solo, es decir, podía ser utilizado por todos aquellos que no tuvieran un marco de aprendizaje, como en el caso de los “profesores sueltos”.

Para explicar el Modelo, pensé en la metáfora del ser humano. Entonces:

El aprendizaje del tango se compone de dos grandes áreas. El alma y el cuerpo.
El alma es el conjunto de definiciones personalísimas que guían el proceso de aprendizaje del tango: misión, obsesiones, estilo, ideas propias, objetivos, etc. El alma es responsabilidad del alumno.
El cuerpo es la amalgama de los diferentes músculos (temas) del tango: musicalidad, improvisación, conexión, técnica, figuras, filosofía, etc. A su vez, cada músculo está compuesto por tejidos básicos (herramientas): clases, prácticas, planes, cursos, libros, etc. El cuerpo es responsabilidad del profesor.

El Modelo es lo primero que un profesor le dice a un alumno nuevo. Puede acompañar la explicación con un dibujo. Por ejemplo, un círculo grande partido en dos: alma y cuerpo. El medio-círculo del cuerpo, a su vez, estaría partido en varios músculos (temas), como si fueran porciones de pizza. Idealmente, el Modelo dibujado es entregado al alumno en una hoja impresa.

El objetivo es que el alumno logre visualizar el tango como algo asequible, a su alcance, y no como un huracán amenazante que terminará por devorarlo. Esa es la utilidad de los modelos: transformar un conocimiento complejo, difícil de comprender, en otro claro, definido y alcanzable.

Volvamos a los detalles del Modelo.

El alma determina el cuerpo, es decir, los músculos a trabajar. Sería deseable que el alumno definiera qué es lo que quiere lograr con el tango y, en función de eso, que el profesor (siempre hay un profesor, aunque sea uno mismo) propusiera los temas a trabajar.

A menudo, el alma es poco tenida en cuenta. Hay un bajo nivel de personalización en el proceso de aprendizaje. Los temas son provistos a todos por igual. Es cierto que muchas veces ni siquiera el alumno sabe lo que quiere. La guía del profesor es una de las herramientas que debería ayudarlo a definirlo.

En mi caso, yo mismo no supe durante largo tiempo cuál era el alma de mi proceso. Tampoco sentía que los profesores me guiaran en esa comprensión. Yo aprendía a la deriva, a merced de los vientos, como un globo de helio (pinchado) dando vueltas en el bajo cielo. Solo después de aclarar estas ideas pude comprender qué quería hacer, por qué y cómo lograrlo. Por ejemplo, lo que yo deseaba lograr con el tango era “un baile placentero”, algo que para mí significaba “un baile cómodo, calmo y bonito”. En función de ese deseo era que mi profesor podía elegir con cierto criterio los temas a trabajar. Entonces, era más importante trabajar en la conexión, la musicalidad y la improvisación que en la técnica detallada, las figuras o el escenario, más allá de que todo pudiera sumar al proceso.

Con alma y cuerpo explicitados, el Modelo queda definido de una manera muy sencilla. El alumno y el profesor pueden mirar hacia adelante y tener una idea del camino a recorrer. El tango deja de ser una llanura abierta, idéntica en todas las direcciones, para convertirse en una autopista cuyos carriles solo se pierden en el horizonte. La distracción y hasta el extravío son posibles, pues siempre es posible regresar al camino materno.

Por supuesto, alma y cuerpo pueden ser redefinidos todas las veces que sea necesario. Resulta natural que a medida que avancemos en el proceso, con nuevos conocimientos, experiencias y reflexiones a cuestas, nos replanteemos el alma del proceso y, como consecuencia, también el cuerpo.

Así era el Modelo para aprender tango.

Incapacitado para disfrutar de un estado prolongado de sosiego mental, de reposo, de tranquila felicidad, me pregunté si no sería posible extrapolar estas ideas a otros procesos de aprendizaje. Pensé, por ejemplo, en la escritura. El Modelo quedaba así:

El aprendizaje de la escritura se compone de dos grandes áreas. El alma y el cuerpo.
El alma es el conjunto de definiciones personalísimas que guían el proceso de aprendizaje de la escritura: misión, obsesiones, estilo, ideas propias, objetivos, etc. El alma es responsabilidad del alumno.
El cuerpo es la amalgama de los diferentes músculos (temas) de la escritura: narrativa, poesía, dramaturgia, literatura, filosofía, edición, publicación, etc. A su vez, cada músculo está compuesto por tejidos básicos (herramientas): clases, prácticas, planes, cursos, libros, etc. El cuerpo es responsabilidad del profesor.

Sí, el Modelo funcionaba también para la escritura. De hecho, me resultaba muy consistente con las palabras que Oscar Wilde había utilizado para resumir su concepción de la escritura. Para él, no existían más que dos reglas para escribir: tener algo que decir (qué, el alma) y decirlo (cómo, el cuerpo).

El paso siguiente, generalizar el Modelo a todos los aprendizajes, era trivial.

El aprendizaje se compone de dos grandes áreas. El alma y el cuerpo.
El alma es el conjunto de definiciones personalísimas que guían el proceso de aprendizaje: misión, obsesiones, estilo, ideas propias, objetivos, etc. El alma es responsabilidad del alumno.
El cuerpo es la amalgama de los diferentes músculos (temas): aristas que permiten abordar el campo de aprendizaje. A su vez, cada músculo está compuesto por tejidos básicos (herramientas): clases, prácticas, planes, cursos, libros, etc. El cuerpo es responsabilidad del profesor.

Para el tango, la escritura o cualquier otra cosa, la base del Modelo era siempre la misma. Pero todavía había más preguntas por plantear, como siempre en esta vida cuando uno lleva dentro la incapacidad de vivir en paz. ¿Es posible aprender a vivir? La respuesta es sí, siempre sí, porque si a algo no podemos resignarnos es a vivir mal o a no saber cómo hacerlo. Y entonces, ¿cómo sería el Modelo para aprender a vivir? Veamos:

El aprendizaje de vivir se compone de dos grandes áreas. El alma y el cuerpo.
El alma es el conjunto de definiciones personalísimas que guían el proceso de aprendizaje de vivir: misión, obsesiones, estilo, ideas propias, objetivos, etc. El alma es responsabilidad del alumno.
El cuerpo es la amalgama de los diferentes músculos (temas) de vivir: relaciones, educación, salud, arte, trabajo, etc. A su vez, cada músculo está compuesto por tejidos básicos (herramientas): clases, prácticas, planes, cursos, libros, etc. El cuerpo es responsabilidad del profesor.

En todos los casos, pero en especial cuando hablamos de vivir, la figura del profesor debe estar despersonalizada. Los profesores pueden ser uno o varios, pueden (y deberían) ir cambiando con el tiempo y, en muchos momentos, somos nosotros mismos. La figura del alumno, en cambio, no admite despersonalizaciones: solo a nosotros nos pertenece.

Hasta aquí llegamos con el desarrollo del Modelo. Como puede apreciarse, el Modelo es breve, este escrito sobre el Modelo es breve y, en definitiva, la verdad es breve.

Sin dudas, debe haber muchos indignados. ¿Quién es este señor que pretende dar cátedra sobre los procesos de aprendizaje? ¿De dónde ha salido? ¿Con qué derecho opina sobre la vida y sobre la verdad? Por suerte, para estas preguntas también hay respuestas. En primer lugar, soy ingeniero (y encima porteño), eso significa que me atribuyo el conocimiento y la autoridad para sentar posición sobre todos los temas habidos, habientes y por haber, sobre todo si logro conectarlos con la idea de proceso. Por otro lado soy escritor, es decir, soy inimputable. Todo, al final, solo es literatura.

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Juan Manuel Guerrera

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